Existen momentos en la vida que parece que todo está… Como decirlo, …, pues desangelado. Como si de repente un desierto invadiera el alma y, a pesar de toda la belleza que te rodea, el júbilo que da color al paisaje, se diluye por la sequía que la muerte deja a su paso.
Sin embargo, la vida avanza. No se detiene. Como una duna, oscila… Crece, se desplaza, mengua… A veces se pone brava y se alía con el viento para ametrallar con sus granos que, bajo los pies se vuelven suaves y adaptables, pero que contracorriente, transforman su plasticidad en balines diminutos que cortan la respiración. Pero una cosa es cierta! Su temporalidad. En la vida, todo, absolutamente todo es temporal… Y eso, justamente eso, es lo que nos debe mantener fuertes, nos debe dar optimismo y no debemos olvidar. No hay cima inalcanzable, no hay cuesta que termine por convertirse en divertido tobogán…
Y finalmente la Vida vuelve a llevar esa V mayúscula. Donde todo tiene de nuevo ese sabor dulce… Ese desierto se transforma y se muestra cual bella repostería… Crema bañada en rico chocolate negro con salpicón de exóticos pistachos que sorprenden, que provocan y que se integran en un nuevo amanecer, un dulce desayuno para empezar de nuevo….